“El espectáculo es el capital en un grado tal de acumulación que se transforma en imagen”. (Guy Debord; La sociedad del Espectáculo)
Como quien dice, el tamaño del capital es equivalente al tamaño de la imagen, al tamaño del símbolo que representa la marca, el producto y la compañía; no quiere decir que el grosor de la inversión realizada garantice un lugar en la vida de los usuarios (es inevitable, pero no exclusivo, que grandes anunciantes lo logren), sino que, en la medida que dichas imágenes se conviertan en herramientas para que los individuos se expresen, los usuarios querrán acumular más y más símbolos (la caja cuadrada del Ipod, el tiquete del concierto, la laminita Jet, la toalla del hotel, el i-phone, el almanaque Bristol, etc).
La paradoja entra en escena, obesa y pintorreteada, cuando sobre la mesa de trabajo se decide que en el spot de 20 segundos debe aparecer una familia con los dientes perfectos y el cabello sedoso, retozando con su perro Labrador en el jardín de su casa en guaimaral (muy al norte de bogotá), para vender “un sobrecito” de estrato medio y bajo.
Al peor estilo del insigne novelón “Padres e Hijos”, se maquilla una colombianidad utópica, basados en aquella muletilla: —… superaspiracional—, olvidando que ESA IMAGEN CARECE DE VALOR para el público, pues no representa ambiciones sino distancias insalvables (por lo pronto) para el 60% de la población nacional.
Ahora, alguien podría recordar que aquel insigne novelón lleva, a vuelo de pájaro, una década funcionando; esperamos no se olvide que así como la empanada, la morcilla o la bandeja paisa, “Padres e Hijos” bien podría ya acompañar el tricolor patrio, o reemplazar el gorro, los cuernos o El Canal panameño en nuestro escudo; resultado de evaluar todas estas imágenes en la balanza mental de cada uno de nosotros.
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